Cuando revisamos como empresarios, líderes o dueños de empresa los datos que arroja nuestra operación, solemos enfocarnos en temas como los niveles de venta, el margen de utilidad y tal vez hasta la deuda con nuestros proveedores. Todos estos datos son muy relevantes e interesantes, pero toman otra perspectiva cuando agregamos el análisis de los costos de cada segmento de la empresa como parte del costo de operación. Lo anterior puede sonar muy redundante porque todos sabemos cuánto pagamos de renta por el local que ocupamos, la oficina en la que trabajamos, las nóminas que pagamos y otras cosas que son obvias al momento de estimar nuestro gasto mensual.
Este es el flujo de egresos que vemos en cada reunión con nuestro contador, es obvio hasta cierto punto. Sin embargo, en muchas ocasiones (sino es que en la gran mayoría) no tenemos el interés de cuantificar cada detalle de los procesos que generan el negocio del cual obtenemos la utilidad, simplemente porque no lo percibimos como dinero en nuestras manos, aparentemente no es útil y la inversión de tiempo parece ir en contra de lo que realmente nos deja ese dinero: vender/producir/prospectar.
Bueno, es cierto que hay que invertir tiempo en generar el esquema dentro del cual conocerás el costo de cada punto del proceso de negocio, pero también es cierto que cuando ya tienes la visibilidad sobre el dato entonces adquieres una nueva encomienda pues entiendes inmediatamente que hay que optimizar cada uno de esos detalles porque no vas a modificar tu precio de venta, vas a optimizar el consumo de los recursos invertidos.
Supongamos que cruzamos el umbral y que tenemos los datos, ahora comenzamos a ver que aquellas divertidas actividades que hacíamos a pesar de ser delegables ya no nos son tan atractivas, porque nuestra atención se comienza a consumir en optimizar, automatizar, medir y corregir. Ahora delegamos sin dejar de supervisar, fomentamos el liderazgo sin dejar de dirigir, planteamos metas sin dejar de administrar. Es signo de madurez organizacional.